Fuego fatuo o luz perenne

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Augusto Chacón / Opinión

Fuego fatuo o luz perenne

Por Augusto Chacón

Publicado originalmente el 14 de febrero de 2015 en el periódico Milenio Jalisco.

Un exempleado del banco HSBC entrega un archivo electrónico a Le Monde y las puertas de cárceles en todo el mundo se abren para esperar la llegada de evasores de impuestos de distintos países. Dos diarios de Nueva York dan cuenta de propiedades compradas por servidores públicos mexicanos, un secretario apela a la legalidad, pero sólo porque cree que lo exime de ser coherente, otros señalados crean una frontera legaloide entre ser usufructuarios y dueños; para ellos las cosas no volverán a ser iguales. Los electores griegos depositan en las urnas sus votos y las mayúsculas economías de Europa (que son cómplices, no víctimas de las dificultades financieras de varios Estados) sufren mareos, náuseas y súbitas pérdidas de presión.

En Jalisco, los medios de comunicación exhiben repetidamente los sucesos de corrupción en el Congreso y hacen el recuento del dinero que se fugó del estado por una cloaca llamada Juegos Panamericanos, del que se va por el resumidero de las obras y las compras públicas, y sólo se acumulan los bostezos del sistema y se solidifica una costumbre: no les pido que me den, sino que me pongan donde haya. Para quien quedó en el mejor lugar, en el momento ideal, su circunstancia no tiene signo ético, lo inmoral, dicta la tradición, es no aprovechar la oportunidad de estar al comienzo del arcoíris conocido como erario.

Pero tampoco las más jugosas tradiciones son eternas. El gobierno de Aristóteles Sandoval quiere cruzar el pantano y es un contento enterarse del correteo de presuntos corruptos, bueno, de unos pocos; aunque la limpia inició con fallas, a la Fiscalía no le pareció necesario acatar la Constitución y a la voz de: ya rugió el Gobernador, pasó por alto cubrir lo que el Fiscal llamó “detalles técnicos”, mismos que al quisquilloso juez lo llevaron a calificar la acción policiaca como “detención ilegal”, los ejecutores no portaban orden expedida por la autoridad judicial; pero ni modo, exclamó el público, ávido de venganza, con tal de que ahora sí (dicho recurrente, sexenio tras sexenio).

2015 luce como el año en el que la corrupción pasa del espacio vergonzante en el que los mexicanos la toleramos (y la prohijamos), al de asunto global que revela no la tara de algunas nacionalidades, sino la de toda nuestra especie. Nomás esta semana, en El Mundo, diario de España, leímos a Luis María Ansón: “El ciudadano español se levanta por la mañana leyendo en el periódico impreso, escuchando en el diario hablado o contemplando en el telediario la última corrupción, la trapisondería de la semana, el escándalo de cada día”. La corrupción no es patrimonio de algunas culturas, echa raíces por doquier si en el sustrato institucional hay suficiente impunidad.

La alharaca anticorrupción en Jalisco, en el país, puede achacarse a varios factores o a todos juntos: las elecciones, la venganza política y el socorrido oportunismo mediático. Pongamos al margen, para no pasar por inocentes, que se deba a un espontáneo amor por las leyes y por la rectitud. El caso es que hay delitos que perseguir y una opinión pública cada día más irascible con el tema. Ahora toca comprobar que en el estado, donde las corruptelas están en el imaginario al nivel de leyendas como la de La Llorona, la iniciativa abarque a todo el espectro político, que se sostenga en el tiempo y que lleve aparejada la orden para que los funcionarios de esta administración pongan sus barbas a remojar porque el buen gesto del gobernador no lleva implícito que se otorgará a sí mismo una patente de corso. Si es así y con esto provoca a los empresarios, constructores y comerciantes que pagan la corrupción en la primera y más cuantiosa línea de batalla, para que denuncien, y den nombres, estaremos en presencia de un acto público inusitado, que le otorgará a Aristóteles Sandoval un sitio en la historia y la posibilidad de gobernar en medio de la confianza y la admiración generalizadas, lo que casi ningún gobernante ha disfrutado más de dos años.

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