Manual para la observación de medios

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Augusto Chacón / Opinión

Manual para la observación de medios

Por Augusto Chacón

Comentario durante la presentación del libro Manual para la observación de medios, en la Casa ITESO Clavigero el 6 de noviembre de 2014.

Cita citable, o algo así, leída en un refrigerador: to get to the essence of things one must work long and hard, que pudiera interpretarse así, según una traducción libre: “para llegar a la esencia de las cosas uno debe trabajar mucho y arduamente”. Tan sapiente aseveración está firmada, en el objeto imantado que pende del frigorífico de mi casa, por Vincent Van Gogh, uno de los más grandes y celebrados pintores de la historia, también recordado por su esquizofrenia que se sospecha la sola causa de la que puede surgir semejante manía por llegar a la esencia de las cosas; qué necesidad, me pregunté hace unas semanas mientras buscaba algo para comer (en mi refrigerador, hacia el final del mes, uno debe buscar mucho y arduamente para encontrar algún alimento en buen estado, de casi todo lo que ahí resta, frío e inerte, la esencia es una referencia fútil en las etiquetas o en las manchas que en la comida indican una caducidad más que rebasada).

Decidí prescindir de la primera parte de la oración impelido por el hambre y por la certeza igualitaria que nos mueve a tantas y a tantos en este siglo XXI (que en ciertos indicadores se iguala al XIX de Van Gogh): uno debe trabajar mucho y arduamente. Punto.

Pero como sabe cualquiera que escribe, también quien lo haya intentado con asiduidad, hay palabras que atosigan: al revisar el párrafo en el que aparecen las borramos y luego, sin darnos cuenta, las reescribimos líneas abajo; mustias se cuelan por entre las yemas de los dedos y deciden que les importa poco nuestra voluntad o nuestra noción del ritmo o de la economía del lenguaje, a veces inclusive pasan por encima de lo que queremos decir y del diccionario, simple y sencillamente determinan quedarse en el texto. Bien mirado, tengo que aceptar que las palabras nos dicen, no al contrario.

El vocablo hoy en la vitrina es: esencia.

Mientras sin advertirlo hacemos más honda la oquedad secuela del trabajo de subsistencia, prescindimos de la esencia a la que podrían acercanos las preguntas vitales que deberíamos constantemente hacernos. Nos preocupa el refrigerador casi vacío, o medio lleno, para usar el optimismo ramplón de ciertos comunicadores, y desestimamos el valor de entendernos en el mundo no como consumidores, como sujetos libres, medularmente libres, siempre en vías de auto-determinarnos y en relación con otras sujetas y sujetos más o menos en las mismas. De este modo, no queda sino reinterpretar el texto del souvenir de algún museo de primer mundo (dato que es de por sí significante): la esencia de las cosas consiste en trabajar mucho y arduamente, y a Van Gogh hay que agradecerle sus óleos, algunas de sus cartas a su hermano Theo y su desprecio, obligado, por el materialismo, dialéctico o del que fuera.

Aquejado de esta desencialización existencial, si no les incomoda el neologismo, cayó en mis manos el libro que nos tiene hoy aquí: Manual para la observación de medios, y no sólo el libro, también la invitación de Graciela Bernal para venir a decir algo respecto a la obra. Esto, sumado, terminó por confirmarme que era una fatalidad que el término esencia apareciera en el texto que con palabras, o nomás siendo, escribo cotidianamente.

Espero que la introducción no les haya parecido larga y arbitraria; sobre todo a los autores, a quienes admiro y respeto: Magdalena Sofía Paláu Cardona y Juan Larrosa-Fuentes, quienes, sin duda, lograron algo no común: darnos pistas y un mapa para enredarnos, desenmascarar, dilucidar y comprender la esencia de elementos fundamentales para, primero, hacer sociedad y, segundo, para que ésta resulte justa y democrática: los medios de comunicación. Lo hicieron con rigor y cordialidad, mezcla extraña cuando de frutos académicos se trata… más aún, su obra puede abarcar a un público amplio.

Me parece que los medios de comunicación, en tratándose de temas de seguridad pública, ocultan o tergiversan (eso respondieron 75% por ciento de los encuestados por Jalisco Cómo Vamos en 2013). Me parece que los diarios, la mayoría, son gobiernistas, eso decimos, empíricamente, no pocos. Me parece que nuestra comunidad y nuestro racimo de comunidades, no lucen correctamente reflejados en los contenidos de los medios de comunicación. Me parece que los medios responden a intereses políticos y económicos que no tienen nada que ver con el derecho a la información, la transparencia o la rendición de cuentas. Me parece que hay medios interesados en que las elecciones las gane determinado partido.

Me parece es la muletilla con la que muchas y muchos iniciamos las disertaciones cotidianas, en un café, en la escuela e inclusive en las páginas de la prensa o desde los micrófonos que convierten la voz en electrones. Y es así, me parece (nunca mejor dicho), porque la información de la que disponemos para normar nuestro criterio sobre quienes nos informan, para saber de los asuntos comunes y facilitar la convivencia, es escasa o excesiva y tendenciosamente mediada: lo habitual es depender sin saberlo de la jerarquización y discriminación que hacen otros casi siempre ajenos a los intereses colectivos; lo informado y el cómo es informado no toma en consideración dos datos: nos hemos complejizado, hemos ganado derechos. Y si en algún punto esta cualidad roma de las información nos desazona, luego la hacemos a un lado, porque, al cabo, one has to work long and hard, y abandonamos la búsqueda de la esencia, que en este punto tiene que ver con el gozo y el provecho olvidados, los que producen el saber, tener datos, la confianza y la capacidad para procesarlos, y construir ciudadanía a partir del conocimiento.

Sin estridencia, sobriamente, sapientes y corteses, los autores de Manual para la observación de medios nos regalan su labor de años, la de ellos, la de Quid ITESO, análisis crítico de medios, vuelto Observatorio y la de mucha gente que en él participa. Armados de una guía nos provocan para inmiscuirnos en la evaluación de los periódicos, del Internet noticioso, de la radio, de la televisión.

Su leit motiv está dicho en el libro:

Finalmente, los observatorios de medios buscan formar ciudadanos críticos, capaces de reflexionar sobre su consumo de productos comunicativos, que puedan exigir al estado derechos fundamentales como la libertad de expresión e información, y el derecho a la ciudadanía.

El Manual es un instrumento imprescindible para afinar y potenciar el trabajo de quien quiera mirar críticamente el quehacer de los medios, no desde la desconfianza inercial, sino desde la acumulación de evidencias. Como todo buen libro, exhibe la generosidad y la inteligencia de quienes lo hicieron, nos entrega sistematizado, para el dominio público, “un aprendizaje metodológico fincado en el proceso natural de prueba y error, acerca de cómo observar sistemas de comunicación”.

Por supuesto, mi intención al leer Manual para la observación de medios y preparar lo que aquí diría, no era llenar un expediente con cortesías, muestras de admiración para los autores y una sentida y honesta recomendación para que su obra sea leída. En cada una de sus páginas fui buscando las aristas que me dieran pie para incluir, luego de las zalamerías correspondientes, los aspectos que desde mi punto de vista fueran susceptibles de mejora, o las omisiones o lo que fuera para dialogar con la obra con sentido analítico, todo aquello que en actos similares a éste inicia con un fatídico, para los autores: no obstante…

Y di con el asunto que me permitiría tomar este derrotero.

Al terminar de leer el Manual, en la página 105, donde está el apartado “Acerca de los autores”, me dije: está muy, muy bien, y lo diré, para entonces añadir: no obstante… llega tarde a mi vida; es decir, a mi vida profesional.

De febrero de 2006 a abril de 2008 fungí como ombudsman de los lectores y las lectoras del diario Público, que en paz descanse, aunque de sus cenizas (y es sólo una figura retórica, no me malinterpreten) surgió Milenio Jalisco. Fue, sin duda, el encargo más interesante y retador que he tenido, también el más estresante En el rubro de las pérdidas, la responsabilidad de ser el defensor de los lectores me llevó a anotar amistades que dejaron de serlo, conocidos que al verme venir por la calle se cambiaban de acera y los fines de semana, los perdí durante más de dos años, el sábado porque lo dedicaba entero a escribir y el domingo que aparecía la columna era para lidiar con las reacciones, las reales y las que nomás sospechaba. Lo bueno fue que al interior de Público el diálogo fue siempre abierto y no tuve algún roce de los que dejan cicatriz, creo.

El tema más escabroso de ese tiempo fue la elección presidencial de 2006. Lópezobradoristas y antilopezobradoristas leían en las notas y en los artículos de opinión sólo lo que convenía a sus argumentos, y donde uno de los bandos veía algo bueno para sus fines, el otro entendía que era una agresión vergonzosa en su contra, y ambos exigían imparcialidad, la que cada cual definía de manera distinta. Era evidente que lo que el diario necesitaba no era un ombudsman, sino un réferi que además tuviera influencias en el IFE. Para mí habría sido una ayuda estupenda que Sofía y Juan hubieran publicado su libro por aquellos días, al menos el último de sus capítulos: “Agenda informativa y tratamiento noticioso en los medios de comunicación”.

La metodología que sugieren y los instrumentos que ponen a disposición de los lectores, a mí, entonces, me hubieran resultado valiosísimos. Lo que no significa que hoy no lo sean; por supuesto lo son, desde que el objetivo que ellos enuncian es: “reconocer, a través del análisis de los espacios informativos de los medios, el modo en que presentan a los actores políticos y el tratamiento que dan a los temas de interés público.” Debo resaltar una de las palabras que usan en la cita previa: análisis. Con paciencia y ganas de divulgar, los autores mandan un mensaje a quienes sienten que entender lo que sucede en y con los medios de comunicación es un arcano al que únicamente acceden los iniciados que se valen de artes mágicas, o sea: ellos mismos, el mensaje de Sofía y y Juan es: antes de sacar conclusiones y hacer juicios sumarios, existen elementos objetivos para evaluar la agenda informativa y el tratamiento noticioso de los medios de comunicación. Por ejemplo, aseguran: “Las unidades informativas que se publican en página non son más relevantes que aquellas que se ubican en par.”

Destacar esto aquí, rodeado de tantas y tantos expertos en comunicación, no es sino hablar de un algo muy sabido; sin embargo, el logro de Paláu y Larrosa está en que lo incrustaron en un procedimiento de análisis accesible y, sobre todo, para un fin explícito y de interés general, vital para la supervivencia de cierta idea de democracia que se nos está yendo asfixiada por las coyunturas semanales. De ahí se me ocurrió que, como lo más difícil y caro ya se hizo, el Observatorio de Medios del ITESO y el libro que hoy celebramos, sería bueno crear un ombudsman virtual y multipersonal para los consumidores de medios en tiempo electoral, con un eslogan que pudiera suscribir lo siguiente: que no le digan, que no le cuenten, que no le tiendan la cama, entérese de quién es quién en los medios de comunicación a la hora de hablar de campañas políticas.

De este modo no nos sucedería como en la elección de 2012, que ya con el infante ahogado y el aljibe sin tapa, Ciro Gómez Leyva tuvo que pedir perdón porque su corazón se inclinó ante el viento fresco y susurrante de cierta encuesta que Dios confunda, en lugar de atenerse a las reglas de su oficio, el periodismo: las claves de esa elección federal estaban en las notas de casi todos los medios, si es que el interesado en la verdad y la ética era capaz de atender lo que este Manual busca propiciar que sepamos a través de un sistema magnífico, que “Los medios de comunicación tienen una trayectoria histórica, operan en un entorno económico (estructura) y poseen una decidida influencia como actores políticos, pero también producen formas simbólicas, contenidos y narrativas.”

Pero insisto, no obstante, el Manual llega tarde a mi vida profesional. Lo que en resumidas cuentas no es un pecado grave: justo luego de mi elección como defensor del lector, antes de publicar mi primer columna como tal, Diego Petersen me regaló un libro que tenía semanas de haber sido puesto en las librerías de Estados Unidos: Public Editor #1, de Daniel Okrent, primer ombudsman del New York Times; en él, Okrent da un consejo a los aspirantes a ombudsman, que también me llegó tarde: trata de no ser defensor del lector durante una campaña de elección presidencial. Mandé la cita a todos mis malquerientes, ninguno siquiera me devolvió un acuse de recibo.

Para terminar, algo especial quiero destacar del Manual para la observación de medios, una cita de la página 23: “el lector tiene en sus manos un texto al que puede regresar una y otra vez, rayarlo, modificarlo, intervenirlo y mejorarlo”. Sí, el Manual es altamente recomendable, un trabajo intelectual de los que nos urgen, para el diálogo, no para el monólogo. Y lo que son las cosas, me veo otra vez hambriento y desilusionado ante la puerta de mi refrigerador: para llegar a la esencia de las cosas, uno debe trabajar mucho y arduamente. Sí, a condición de no perder de vista que la esencia no es inmanente a las cosas, es una puesta en común, y esto es lo mucho y lo arduo: hacer en y para la comunidad. Como Sofía, como Juan.

Gracias.

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